Buenos dias, mis queridos verdugos.
En primer lugar, quiero pediros disculpas por tener abandonado el blog. La verdad es que ando maquinando mi primer relato y me esta costando. Os ruego que tengais paciencia.
En segundo lugar, os anuncio que ya tenemos a nuestro primer participante en el blog, Julius Verne de Facebook, que nos envia este microrrelato titulado "Mi cruz".
Sin mas que añadir, os dejo con la lectura.
Hasta pronto!!
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En primer lugar, quiero pediros disculpas por tener abandonado el blog. La verdad es que ando maquinando mi primer relato y me esta costando. Os ruego que tengais paciencia.
En segundo lugar, os anuncio que ya tenemos a nuestro primer participante en el blog, Julius Verne de Facebook, que nos envia este microrrelato titulado "Mi cruz".
Sin mas que añadir, os dejo con la lectura.
Hasta pronto!!
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Después de estar un tiempo indefinido en el calabozo, me sacaron de él. Rompieron mis ropas o por lo menos lo que yo llamaba mi ropa que era una camisa hecha harapos que me dejaba el pecho descubierto y un pantalón que me cubría hasta mis rodillas. Quedé desnudo y obligaron a colocarme un taparrabo, el cual me quedó ajustado y corto, casi no me cubría nada, creo que lo hicieron para que sintiera vergüenza de mi desnudez. A todo esto, no me habían retirado las cadenas de mis muñecas ni de mis tobillos, así que me costó aún más atar como debe de ser el taparrabo en mi cuerpo.
Entonces me llevaron a un patio, el cual tenía en el centro un poste de madera, al llegar frente a él, me soltaron las cadenas y me ataron las muñecas al madero, quedé de puntillas frente a él, dejando mi espalda descubierta al sol. Ahí estuve un aproximado de una hora, el calor, el sudor y el dolor en los brazos fue cada vez mayor, pero nunca percaté de lo que venía sino hasta que el primer latigazo me cortó la espalda. Fueron treinta azotes, bien dados, en la espalda pero con una técnica tal que la punta del látigo me rebotaba en mi pecho y estómago, uno de ellos me dio justo sobre mi tetilla derecha con tal fuerza que sentí que me partió en dos el pecho. Mi cuerpo quedó destrozado, colgado del madero, el sudor y la sangre del los azotes se mezclaba, pero hasta ese momento no advertí que habían preparado una cruz de madera la cual la habían colocado junto a mí. Me soltaron del poste y me dejaron caer al suelo.
Entonces a patadas me obligaron a cargar la cruz, la levanté sobre mi hombro izquierdo y comencé a caminar. Ellos me colocaron un lazo en el cuello, lazo que tiraban con fuerza para que yo avanzara y saliera del patio. Las piedras del camino lastimaban mis pies descalzos, paso a paso y con un gran dolor me llevaron por una calle de tierra, me obligaron a subir una loma hasta llegar a un claro donde me separaron de mi cruz.
Colocaron la cruz en el suelo y ahí puesta, sin mucho esperar me acostaron sobre ella, preparándome para mi crucifixión, primero me ataron los brazos y los pies al madero, luego fueron por los clavos y mientras tres de ellos me sujetaron uno me clavó una muñeca al madero, el dolor fue terrible y grité. Luego, cuando apenas volvía en mí por el dolor, me clavaron la siguiente muñeca. Quedé entonces sujeto a la cruz por mis brazos. Luego vinieron los pies, ya atados uno sobre otro, metieron un gran clavo que me atravesó ambos, me sorprendió la facilidad con que el hierro entró en mis pies y la madera, pero el dolor era indescriptible. Entre varios levantaron la cruz, dejaron caer su extremo inferior en un agujero y pasé de sufrir de forma horizontal a vertical y entonces quedé completamente crucificado.
Ahí estuve estirado, en el sol, quejándome del continuo dolor de mis brazos y pies. Sentía como si tuviera carbones encendidos en mi espalda y el sol comenzó a tostar mi cuerpo. Escuchaba que la gente hablaba de mi, de mi cuerpo y de los azotes que tenía en mi pecho, comentaron lo lastimado que tenía mi pecho y mis pezones por el sol y los azotes.
Llegó la sed, pero no me dieron agua. El calor era intenso y el viento sólo llevaba polvo a mi cara, apenas podía ver, todo mi cuerpo era dolor y sufrimiento.
Entonces me entregué a la cruz y me desvanecí.
Entonces me llevaron a un patio, el cual tenía en el centro un poste de madera, al llegar frente a él, me soltaron las cadenas y me ataron las muñecas al madero, quedé de puntillas frente a él, dejando mi espalda descubierta al sol. Ahí estuve un aproximado de una hora, el calor, el sudor y el dolor en los brazos fue cada vez mayor, pero nunca percaté de lo que venía sino hasta que el primer latigazo me cortó la espalda. Fueron treinta azotes, bien dados, en la espalda pero con una técnica tal que la punta del látigo me rebotaba en mi pecho y estómago, uno de ellos me dio justo sobre mi tetilla derecha con tal fuerza que sentí que me partió en dos el pecho. Mi cuerpo quedó destrozado, colgado del madero, el sudor y la sangre del los azotes se mezclaba, pero hasta ese momento no advertí que habían preparado una cruz de madera la cual la habían colocado junto a mí. Me soltaron del poste y me dejaron caer al suelo.
Entonces a patadas me obligaron a cargar la cruz, la levanté sobre mi hombro izquierdo y comencé a caminar. Ellos me colocaron un lazo en el cuello, lazo que tiraban con fuerza para que yo avanzara y saliera del patio. Las piedras del camino lastimaban mis pies descalzos, paso a paso y con un gran dolor me llevaron por una calle de tierra, me obligaron a subir una loma hasta llegar a un claro donde me separaron de mi cruz.
Colocaron la cruz en el suelo y ahí puesta, sin mucho esperar me acostaron sobre ella, preparándome para mi crucifixión, primero me ataron los brazos y los pies al madero, luego fueron por los clavos y mientras tres de ellos me sujetaron uno me clavó una muñeca al madero, el dolor fue terrible y grité. Luego, cuando apenas volvía en mí por el dolor, me clavaron la siguiente muñeca. Quedé entonces sujeto a la cruz por mis brazos. Luego vinieron los pies, ya atados uno sobre otro, metieron un gran clavo que me atravesó ambos, me sorprendió la facilidad con que el hierro entró en mis pies y la madera, pero el dolor era indescriptible. Entre varios levantaron la cruz, dejaron caer su extremo inferior en un agujero y pasé de sufrir de forma horizontal a vertical y entonces quedé completamente crucificado.
Ahí estuve estirado, en el sol, quejándome del continuo dolor de mis brazos y pies. Sentía como si tuviera carbones encendidos en mi espalda y el sol comenzó a tostar mi cuerpo. Escuchaba que la gente hablaba de mi, de mi cuerpo y de los azotes que tenía en mi pecho, comentaron lo lastimado que tenía mi pecho y mis pezones por el sol y los azotes.
Llegó la sed, pero no me dieron agua. El calor era intenso y el viento sólo llevaba polvo a mi cara, apenas podía ver, todo mi cuerpo era dolor y sufrimiento.
Entonces me entregué a la cruz y me desvanecí.
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